jueves, 31 de enero de 2013

LA CASONA, UNA HISTORIA DE VICIO, EXCESOS Y RUINA


La Casona.
Por Barnabas
Desde que tengo recuerdos y tengo muchos a mis ochenta y cinco años, la Casona que esta al final de la colina en el valle de los “Orlandos”, ha tenido no mala, sino que pésima fama, lamentablemente no hice caso a pesar de todo lo que sabía de esa casona y actualmente pago mi osadía.

Se le llama para empezar este relato, valle de los “Orlandos” en donde aún se encuentra aquella casona maldita, porque simplemente ese era el apellido más antiguo que se podía recordar de las primeras familias que habitaron el valle, ahora que este fuera el apellido de la familia que construyo la casona…, esa es otra historia, ya que desde siempre también se sabía que el apellido de los que construyeron y habitaron por casi dos siglos la casona, era el de “Lisperger”, que dicho sea de paso, también desde siempre se sabía que esa familia además de muy rica, se rumoreaba que tenía “pactos con el de abajo”, pero esas historias sobre gente que tiene mucho dinero, siempre supongo se  las inventan quienes no tienen tanto, sin ir más lejos a mi mismo cuando tuve dinero a manos llenas me las inventaron también, la cosa fue que con los años, la familia “Lisperger” fue dando muy malos “frutos” por decirlo así, tan malos fueron los descendientes de la familia, que si no terminaron presos, terminaron en el manicomio, víctimas de sus vicios, ya que si acá por estos sectores rurales, el vino puede que sea la cosa que más problemas digamos de adicción produce, para algunos “Lisperger” que importaban vicios de sus frecuentes viajes a Europa principalmente, el vino era una cosa con la que se desayunaban, se decía entonces que varios se volvieron locos de tanto “pincharse” cosas con jeringas en sus brazos, mucho también se comento por aquellos años de finales del mil ochocientos, que se “rendía culto al diablo” en esa Casona, y que los gritos a medianoche no eran infrecuentes las noches de viernes, o en fechas como el treinta y uno de octubre, también que se “desaparecían” bebes por esas fechas y que una vez, una vieja partera fue detenida e interrogada, bueno, con las “maneras” de esos años, es decir derechamente bajo tortura, y que confesó haber llevado más de una veintena de fetos a esa casa…, claro que ese tipo de denuncias nunca fue siquiera investigado, y supongo que bastaba que cada tanto se le entregara una bandeja de oro al alguacil de aquel entonces para que todo quedara en nada.
En fin, la cosa es que como dije, tan malos retoños dio el árbol familiar de los “Lisperger”, que la casona familiar, termino abandonada, y creo que el último descendiente termino sus días en Europa entregado a vicios que lo llevaron de cabeza un manicomio, así comenzó otra leyenda, la que se relacionaba con la casona y su abandono.
Muchas veces de niño jugué con mis amiguitos escolares, a ver quien tenía más huevos y se acercaba más a la casona, ya que como estaba en la cima de una colina, habían , “etapas” antes de llegar a verla verdaderamente de cerca, así en la planicie, donde aún habían pastizales más menos verdes, no se sentía ruido de ningún “bicho”, por ahí nunca algún grillo emitió sonido alguno, ni caracoles andaban en esos pastos medio secos, tampoco ningún pájaro se poso en los árboles retorcidos que ahí crecían, ni gusanos aparecían si uno se daba a la tarea de escarbar la dura tierra, me atrevería a decir que ni brisa alguna soplaba por esos andurriales, así cuando nos aventurábamos a subir algunos metros y vislumbrar los bordes de un pantano cenagoso que había algunos metros de la “planicie muerta” como le decíamos, solo de adolescentes y con la valentía que esa etapa de la vida nos da, llegamos hasta el pantano, el que tenía aguas negras como corazón de arpía, con emanaciones que suponíamos de seguro venenosas, también en esa parte era común que encontráramos no animales muertos, sino que sus “partes”, así era corriente encontrar la cabeza de un perro medio momificada, o trozos de los que suponíamos gatos destrozados, pellejos de distintos tamaños, dientes sueltos de distintos portes, regados por el derredor del pantano, se decía por ese entonces que había un “animal” que de seguro los habitantes de la Casona invocarían del mismo infierno que rondaba por esa parte de la colina , y era este “mítico animal”, quien cada tanto mataba y devoraba a los animales que por ventura llegaban a esas tierras malditas.
Se comento también por años, que una pareja de jóvenes que pasaron unas vacaciones en nuestro pueblo y que venían de la capital, una noche de copas y arrumacos, se adentraron de la planicie a subir hasta el pantano, buscando de seguro soledad e intimidad, solo que encontraron algunos cráneos humanos y huesos dándoles tal susto que llegaron corriendo esa noche a recoger sus mochilas y a volverse a la capital, sin escuchar a sus angustiados familiares, simplemente se largaron sin más, medio trastornados balbuceando cosas como que los esqueletos salían de debajo de la tierra, y que algunos podía vislumbrarse a la luz de la luna asomándose entre las negras aguas del pantano.
Yo mismo y algunos de mis amigos de ese entonces de ya más de veinte años, subimos a comprobar tal historia y si bien en la planicie los restos de animales seguían ahí, por el pantano solo olimos las miasmas que este emanaba, pero ningún hueso ni esqueleto vimos, nos dijeron los más viejos de aquel entonces, que ello se debió a que no subimos un viernes por la noche ni un treinta y uno de octubre, vaya uno a saber, ya que la historia contaba que cuando la pareja capitalina subió, era precisamente un viernes por la noche.
Más allá del pantano, seguía una ascensión casi recta hasta llegar a donde estaba edificada la Casona, y que un buen escalador podría cubrir en un par de horas, si es que no se encontraba con el mismo diablo o algo incluso peor en tal ascenso, por ello es que solo algunos valientes de esos años, o gente que tenía extraviada alguna oveja u otro animal y que solamente por no perder esa escasa inversión que representa un animal de criado se aventuro a subir hasta esa parte en esos años, y al regresar los pastores siempre pálidos, asustados y solo luego de un par de botellas de aguardiente se animaban a contar a media voz que sus perros en ese lugar se les erizaron los pelos y gruñeron  y algunos casi literalmente “lloraron” en vez de gemir aterrorizados, los que subieron hasta allí a caballo, tuvieron que descabalgar para no caerse tumbados por los corcoveos que las bestias comenzaron a realizar, tan solo pisar los terrenos que colindaban la casona, los que se las dieron de valentones, motivados por el alcohol y apuestas con amigotes, de esas que se hacen cuando uno es joven fuerte y ya se á llevado a un par de mujeres a la cama y uno cree que nada ya le asustara, descendían a las horas, pálidos como todos los que ahí subían y santiguándose musitando oraciones, ya que aseguraron que vislumbraron “cosas” que flotaban, blancas y transparentes, brillantes algunas, y que tenían la inequívoca forma de esqueletos envueltos en sudarios, y que cuando miraron furtivamente hacía la casona, vieron como si hubiera un gran fuego encendido en la chimenea de la casona, pero no vieron humo alguno ascendiendo al cielo, y que divisaron sombras que bailaban en estrambóticas contorsiones en las habitaciones de aquella casona que todos estábamos seguros desde hacía tiempo, estaba maldita.
Así transcurrían los años, y yo y mis amigos fuimos realizando nuestras vidas en el pueblo, algunos se fueron para nunca volver, otros se fueron muriendo, y varios se casaron y tuvieron hijos y claro que las  preocupaciones que este estado encierra y trae, los fueron alejando tanto de las excursiones de adolescentes al cerro de la casona, como de las borracheras y juergas que cada tanto organizaba, aunque no por ello, dejamos nunca de tener cierta cercanía o de compartir en las festividades que cada año trae, solo yo nunca me casé y fui haciendo fortuna con la crianza de varios tipos de animales, principalmente aves de corral y conejos, vendía muchos huevos para el consumo en la capital, y la carne de los conejos y su cuero, también con el tiempo me fueron dejando grandes beneficios ya que con los cueros las mujeres del pueblo que contrataba para ello, hacían muchas artesanías con ellos después de curtirlos, hasta abrigos llegamos a vender también en la capital, además la carne de estos animales, poco a poco fue ganado fama de ser más sana y con menos grasas por lo que su valor también fue en ascenso.
Así cercano ya a mi cincuentena tenía un pasar por lo demás acomodado, tanto que incluso me las di de “filántropo”, y di al alcalde del pueblo fondos para reparar la escuela, la iglesia y lo que con el tiempo estuviera viejo, oxidado o falto de pintura, daba así también trabajo a mis coterráneos, quienes siempre me tuvieron en buena estima por estas acciones, y dejaban pasar ciertas “licencias” que me daba, como las de traer a “señoritas” de la capital para bueno, satisfacer mis “apetencias naturales”, por lo demás hasta el cura del pueblo participaba, secretamente por supuesto de estas “festividades” por así llamarlas, junto con el alcalde y otras autoridades y amistades.
Fue cuando ya me adentraba en mis sesenta años que un día miré hacía la colina en donde se emplaza la Casona y me di cuenta que esos terrenos después de todo se encontraban en lo que podían ser los mejores del pueblo, más que mal eran hectáreas y hectáreas de tierra, y en esa colina vislumbraba que podían de hacerse muchos buenos negocios que un hombre con experiencia en ellos como yo, además con capital de sobra, podía llevar a cabo, pero apenas empecé a hablar sobre algún posible proyecto en ese lugar…, simplemente nadie del pueblo quiso oír nada sobre aquello, aunque prometiera el “oro y el moro” como se dice, si me ayudaban en la empresa.
Si bien los entendía totalmente en su temor, yo con los años y el dinero me había vuelto “insensible” a lo que consideraba miedos infantiles, leyendas que sobraban en un pueblo medio atrasado y dedicado a las labores del campo, donde las viejas aún se asustaban a morir por las noches nubladas sin estrellas ni luna, porque según ellas en esas noches “andaba el mandinga suelto”, ahora si esas noches coincidían en ser de viernes o del fatídico ya mentado treinta y uno de octubre, se encerraban junto a sus familias, perros, gatos, gallinas u otros animales a cal y canto en sus casuchas de madera.
Obviamente me dije que con gentes así, nada podía esperar en que me ayudaran en mis ideas sobre la Casona, reconozco que me entregue al trago por esas épocas, quizás frustrado de que mis coterráneos a quienes consideraba un atajo de supersticiosos, miedicas por no decir maricones, cuando el aguardiente me hacía putearles a todos, aún así me di a la tarea de buscar los documentos sobre aquellos terrenos, tratando de encontrar a quien comprárselos, ahora que escribo estas palabras, pienso de que si nunca hubiera encontrado luego de años, alrededor de cinco, incluido un viaje a Europa, específicamente a Londres, donde pude luego de meses de recorrer la biblioteca pública de Londres, a un “supuesto” sobrino de la hija que tuvo, el hijo del “Lisperger” que murió en el manicomio.
Este personaje, el “sobrino”, de todos era el más que venido a menos, la verdad, todos sus familiares antes de él, fueron millonarios, todos los mencionados anteriormente ,aunque “Lisperger” estuviera de atar y todo, manejaba una fortuna suficiente para que su hijo de apenas diecinueve años cuando recibió la fortuna familiar, muriera a los treinta y cinco, pesando nada menos que ciento cuarenta kilos, cifra por demás casi astronómica para la fecha, si bien, los ricos en esos años no eran precisamente delgados, “Lisperger” batía records con su peso, opiómano desde cuando recibió la herencia, y aunque esa droga inhibe tanto el dolor como las ganas de alimentarse, en el al parecer fue totalmente al contrario, llegando a devorar medio lechón al desayuno, tal como es posible leer en las crónicas de antiguos diarios, donde le llegaron a entrevistar y  a estos periodistas les conto a risotadas parte de sus “hábitos alimenticios para él desayuno” en ojo, un Londres donde más de la mitad de la población no desayunaba, estos diarios los encontré en la biblioteca pública de Londres, en ellos también se narraba en jocosos términos un  “torneo de tragones” realizado en un bar de mala muerte, pero que esa mítica noche, congrego a cientos de personas que se dedicaron a aclamar cada dentellada que el hijo de “Lisperger” le dio a las porciones desmesuradas de carne de vacuno asada, con lo que se efectuó aquel torneo, trago en veinte minutos, la asombrosa cantidad de casi cuarenta libras, bebía además como cosaco, por tanto cuando su mayordomo lo encontró una mañana cualquiera de bruces sobre un plato de caldo de varias carnes, tres botellas de oporto vacías y una pipa de agua afgana, llena de opio a medio consumir, a nadie le extraño que como dijera un médico solo de verle “ a este gordo le estallo el corazón”, tal y como la autopsia arrojo como causa de muerte horas después.
Gordo, drogadicto, alcohólico y todo , procreo una hija, que contaba con también diecinueve años cuando recibió la herencia que se digno en dejarle su padre, la que aún después de años de todos los excesos posibles, ya que dicho sea de paso, el hijo de “Lisperger”, nunca se privo de como se dijo anteriormente de comida, drogas y alcohol, además a pesar de su porte elefantiásico tampoco se privo de mujeres…, aunque se rumoreaba que a todo lo que se pusiera faldas el gordo le entraba, esto porque se sabía que a más de algún conocido travesti de vodevil de esos años,  al “gordo Lisperger”, como siempre se le motejo en Londres, se le vio entrando a sus camerinos;  que dilapido a manos llenas, a mi me consta , y tanta debió de ser la fortuna familiar, como para que su hija, “Sara Lisperger”, a la par con su padre, se diera el lujo de morirse de sobredosis tras años de adicción, pagos a parejas eventuales, que iban desde mocetones de veinte años, hasta un caballo, si un pinto que esta mujer compro y “amaestro” para “gozar con él”, como decía sin muchos tapujos cuando se le consultaba por el caballo que vagaba por sus tierras que alguna vez tubo, y tanto debió de ser el aprecio por el caballo ese, que un buen día, cuando esta mujer contaba ya con cincuenta y cinco años, fue encontrado en sus habitaciones nada menos que penetrándola a más y mejor, ¿cómo me consta que estos hechos son reales?, simplemente porque están en las actas de los juicios de Londres que se conservan desde hace siglos en la biblioteca pública, y que alguien con mucho tiempo y dinero, como yo en ese tiempo, puede perfectamente encontrar ahí, luego del escándalo del caballo, decía la acta donde leí esto, que el día que se había descubierto a “Miss Lisperger” manteniendo relaciones zoofilias con el mentado caballo, quien fue matado de un balazo como sentencia de aquellos años por considerarle un animal “degenerado”, la habían descubierto en esas horribles actividades, solo por los verdaderos “gritos de placer” que le producía el enorme pene del animal, insertado hasta el fondo de su vagina,” Sara Lisperger”, “la hija del loco Lisperger”, como se le llamo desde esos hechos que venían a confirmar el dicho que de “tal palo, tal astilla” su hija fue desterrada a un monasterio medio perdido en las montañas, donde murió a las setenta y cinco años, con una hipodérmica enterrada en su brazo derecho, con una dosis de morfina capaz de matar a tres personas, anotó en un costado algún espantado actuario judicial, en los apolillados libros que leí en ese tiempo que, “ muchas de las monjas que vivían en el monasterio, declararon sobre la difunta, que nadie la quería en el lugar, ya que por los casi veinte años que vivió ahí, no dejo nunca de tratar de tocarles sus partes, ni de ofrecerles dinero por algún tipo de relación sexual, y que todas sabían que “la vieja esa” como la mentaban, siempre se andaba inyectando drogas, que le llegaban por correo cada tanto en frascos que decían que eran medicinas, así que lo más probable es que la “vieja esa” se pusiera ella misma la dosis  de droga que termino con matarla, y que dios les perdonara, ojala la hubiera enviado al infierno por sus horribles pecados”.
El sobrino fue por demás una sorpresa para mí, si bien siempre se vio al “gordo Lisperger” a lo más enviar dineros a una “hija que por ahí tengo” de la que nunca se preocupo, salvo como digo de enviarle plata suficiente para que según él, “nunca le faltara nada”, jamás dijo nada sobre “un hermano de aquella hija”, sin embargo, consta en las actas del Registro Civil londinense, que “Víctor Lisperger”, nació de (una tal) “Margaret Prust”, y de “Antón Lisperger” (nada menos que nuestro aludido)”, este tal “Víctor Lisperger”, que no destaco curiosamente por nada en su vida, procreo a “Esteban Lisperger Prust”, que a los nuevamente diecinueve años recibió como herencia, lo que se digno dejar en metálico su tía “Sara Lisperger”, que no fue tan poco, como para que “Esteban Lisperger Prust”, casi se matara entre, putas, alcohol, y finalmente heroína, cuando lo encontré a sus cuarenta y tantos años, aparentaba más de sesenta, y me firmo los papeles que por fin me hicieron dueño de los terrenos de la colina donde estaba la Casona, por una cantidad de francos, que siento pudor de decir cuán pocos fueron.
Tenía setenta recién cumplidos, cuando volví de Europa dueño total de los terrenos donde se encontraba la Casona, volvía cansado, pero con los planes totalmente claros en mi cabeza, él último año que estuve en Europa lo dedique a viajar por ahí, después de haber realizado todos los trámites pertinentes relativos a los terrenos y de la casona, que también se incluía en los papeles que el casi cadáver de Esteban Lisperger me firmara,
La verdad, los siguientes años desde mi regreso fueron solo para ver irse desapareciendo mi fortuna en repetidos intentos por lograr “hacer algo” con la Casona, para empezar no encontré nunca mano de obra de mi pueblo, nadie, absolutamente nadie, quiso oír hablar de “trabajar en esa Casona maldita”, aunque ofreciera excelentes sueldos, regalías varias, nada resulto, así que harto de escuchar negativas, decidí contratar fuera del pueblo, si ellos no quería que les pagara bien por su trabajo, allá ellos, ya encontraría gente más que dispuesta, pensaba si le pagaba bien, y por supuesto los encontré, pero el problema fue que solo duraban un par de semanas cuando mucho, todos hablaban de ruidos extraños, gritos que les ponían los pelos de punta, algunos ni siquiera llegaron a la Casona misma, al ir subiendo, ver el entorno de la primera planicie, el pantano y la silueta de la Casona, muchos simplemente se dieron vuelta, me devolvían el dinero adelanto y sin más se largaban, más de alguno me dijo “sentían” que ese lugar era “malo”, los pocos que pasaron varios días haciendo algún trabajo, pretendía hacer un hotel primeramente de la Casona, a los pocos días se iban, diciendo que lo que trabajaban, al otro día amanecía desecho, se les perdían las herramientas, y casi no dormían escuchando gritos, lamentos, ruidos de cadenas, y algunos derechamente decían que veían “muertos caminado”, hasta un par de suicidios se dieron, desesperado, comencé  ofrecer cada vez sueldos más altos, pero al par de años, ya se había rumoreado mucho sobre la Casona y lo que en ella pasaba.
Hasta trabajadores chinos contrate, y si bien fieles al dicho sobre su raza, de que “trabajan como chinos”, duraron un poco más que mis ex trabajadores coterráneos, también terminaron por largarse, y si bien yo me mesaba los pocos cabellos que me iban quedando, un chino que sabía español, abriendo algo más de lo normal sus rasgados ojos, me hablo sobre lo mismo que todos los demás, que la Casona era mala, que ahí vivía “el mal”.
Así se me pasaron casi sin darme cuenta diez años, con muchísimo dinero menos en mis bolsillos, finalmente opte por montar un negocio, me dije que sí la Casona tenía tanta fama de “encantada” pues no faltarían quienes quisieran pasar ahí una o varias noches y comprobarlo directamente, y si bien en un principio pensé que por fin le había “dado el palo al gato” ya que todos los que llegaron, solo pasaron una noche, pagando bien por lo demás, y se iban felices de haber experimentado “fantasmas reales”, cuando aparecieron muertos cuatro turistas nada menos que japoneses, descuartizados, los juicios que siguieron que se extendieron casi cuatro años y medio, terminaron por llevarse el dinero que me quedaba, hace unos meses cumplí mis ochenta y cinco años, pobre como cuando recién empecé con mis negocios con animales, trate un par de meses de vender la puta Casona o el terreno incluyéndola casi de regalo, pero me convencí que ni regalada la querría alguien, ahora de noche contemplo la siniestra sombra de la Casona enclavada en la colina de los “Orlandos”, que se distingue más negra que la misma noche, y me digo que si bien no logró matarme, si que consiguió arruinarme.

                          FIN

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